Cuando se produjo la crisis financiera internacional de 2008, fueron los superávits presupuestarios de nuestros socios del norte de Europa quienes, principalmente, proporcionaron la financiación que necesitaban otras economías
Se puede reprochar a los últimos gobiernos de Alemania, Países Bajos o Dinamarca, por citar los países más afectados por la crisis del gas ruso, el error estratégico que supuso entregarle a Moscú la llave de su suministro de energía. Incluso, se puede criticar que, en el loable afán de cumplir con los compromisos de descarbonización firmados por la Unión Europea, esos mismos gobiernos acometieran el desmantelamiento de una parte del sistema de producción eléctrica, que podía actuar como generación de respaldo, sin esperar los desarrollos tecnológicos que permitan almacenar la energía de las fuentes renovables, como las eólicas y las solares.
Todo ello es cierto, pero, ahora, es inútil llorar sobre la leche derramada. La cuestión es que hay que prepararse para la llegada del próximo invierno, cuando la falta de capacidad de almacenamiento de gas, la escasez de plantas regasificadoras y, sobre todo, las pobres interconexiones de la red de gaseoductos van a conspirar contra el mantenimiento de los niveles de suministro necesario para el funcionamiento de las industrias y la calefacción de los hogares en buena parte del norte de Europa, cuya climatología le hace especialmente vulnerable. De ahí, que la Comisión Europea trate de llevar a cabo con tiempo un programa de emergencia de ahorro de energía que permita el mejor reparto de los escasos recursos entre todos los socios.
Es, simplemente, una llamada a la solidaridad del conjunto de los europeos, de la misma manera que cuando se produjo la crisis financiera internacional de 2008, fueron los superávits presupuestarios de nuestros socios del norte de Europa quienes, principalmente, proporcionaron la financiación que necesitaban otras economías menos previsoras con las cuentas. Hubo críticas, expresiones de reproche y cierto rechazo entre las opiniones públicas de los llamados «países frugales», pero se hizo lo que había que hacer. Ante la crisis gasística, España se encuentra en mejores condiciones que, por ejemplo, Alemania, ya que dispone de una de las mejores infraestructuras de almacenamiento y regasificación del mundo, que comenzó a levantarse en el lejano 1969, mientras que los germanos no disponen de ninguna planta de tratamiento de GNL y no tendrán disponibles unas regasificadoras flotantes hasta bien entrado 2023. Bien, España ha hecho sus deberes y aún habría sacado mejor nota de no mediar el tremendo tropiezo diplomático con Argelia.
Por lo tanto, al Gobierno que preside Pedro Sánchez hay que exigirle la misma predisposición a la solidaridad y al apoyo a nuestros socios en apuros que él demanda cuando se trata de que siga fluyendo la financiación del BCE sin cortapisas sobre el nivel de endeudamiento y pide nuevos aplazamientos al Plan de Estabilidad Financiera. No es de recibo exigir trato de favor a la Comisión Europea.